Author
Doyharcabal Casse, Solange
Abstract
El matrimonio y la familia son fórmulas que se encuentran en todas las culturas desde el principio de los tiempos, porque corresponde a una realidad natural. En su dimensión sexual hay una persona viril y una persona femenina que se complementan entre sí y la finalidad básica, aunque no la
única, de esta complementaridad sexual es la fecundidad. El hombre es un ser sociable. Por eso se atraen varón y mujer, por eso vienen los hijos y por eso esta comunidad conyugal y familiar se
relacionará con el resto de la sociedad y, en definitiva, con el Estado. Para cumplir sus fines necesita estabilidad y de ahí que el hombre y la mujer no estén llamados a unirse en encuentros fortuitos o
casuales sino a formar una verdadera unión, un estado que exige la solidaridad que proporciona el amor conyugal entendido no como un enamoramiento o una pasión que puede terminar o desgastarse, sino como la donación total de si mismo y la aceptación total del otro, es decir en lo que hoy son y en lo que serán mañana, en todas las etapas de la vida. Esta seguridad en la permanencia es lo que hará que realmente los cónyuges puedan desarrollar en plenitud su matrimonio y criar y educar a sus hijos en la mejor forma. La indisolubilidad la exige el bien de los hijos, el bien de los cónyuges y, en último término, el bien de la especie. Conviene, por lo tanto, al bien común.
Contraer matrimonio y formar una familia, es un derecho esencial del hombre, y por lo tanto, previo al Estado. Desde el momento en que aceptamos que existen derechos esenciales de los seres humanos, reconocemos la existencia de una ley natural que es anterior e independiente de la ley escrita o codificada y que permite discernir lo bueno de lo malo. Por esta razón, el Estado, a través de la ley positiva, no puede cambiar las características esenciales del estado matrimonial, entre ellas su indisolubilidad, porque al ser una realidad propia de la naturaleza humana, es únicamente ésta la que determina su esencia y líneas generales.